martes, 23 de julio de 2013

Robert Doisneau (1912-1994)

Si hay un fotógrafo que ha sido capaz de captar la esencia de la vida que le rodeaba, ese es Robert Doisneau. Es cierto que París, donde vivió y trabajó la mayor parte de su vida, es una ciudad tan especial que es difícil no encontrar momentos, escenas o curiosidades que llamen la atención a cada paso. Sin embargo ver esas cosas no es tarea fácil. Muchas veces la foto está ahí, pero no para todo el mundo. No basta con llevar una cámara encima, porque el instante clave suele aparecer de manera tan sutil que hace falta tener la sensibilidad y la intuición necesarias para olvidarse de las prisas, pararse, esperar, hacer click y tener la suerte de que el resultado sea capaz de transmitir lo que se vio y sintió en ese momento. Doisneau hacía todo eso de manera natural, era un observador nato. Sus fotos eran una forma de compartir con los demás su visión de las cosas que se iba encontrando a diario, y en definitiva, un registro de sus propias vivencias.

Los pies que pasan, c. 1960

Robert Doisneau nace en Gentilly (Val-de-Marne), Francia. Durante cuatro años estudia en la escuela Estienne y a los 18 obtiene un diploma de grabador litógrafo. Dos años después es cámara del fotógrafo, cineasta y artista André Vigneau. Al poco tiempo vende su primer reportaje al diario L’Excelsior. En 1934 conoce al que será el único amor de su vida, Pierrette Chaumaison, una joven que pasea en bicicleta cerca del pueblo en el que Doisneau pasa sus vacaciones. Después de casarse encuentra trabajo como fotógrafo industrial en la fábrica Renault de Billancourt. Le despiden por retrasos reiterados, así que se convierte en fotógrafo ilustrador independiente. Después de la II Guerra Mundial, en la que participó como soldado en la Resistencia Francesa, es contratado por la agencia ADEP y trabaja junto con Henri Cartier-Bresson y Robert Capa, reflejando la alegría y la jovialidad de París tras la desgracia. Después de colaborar con Pierre Betz, editor de la revista Le Point, realiza reportajes para el semanario Action y, a pesar de recibir una invitación de Cartier-Bresson para unirse a Magnum Photos, firma un contrato de colaboración con la agencia Rapho que se extenderá durante casi cincuenta años. 1947 será un año especialmente gratificante, puesto que nace su segunda hija, Francine, conoce a quienes serían sus mejores amigos, los poetas Jaques Prévert y Robert Giraud, y además gana el Premio Kodak. La revista Vogue se fija en él y le contrata por dos años. A partir de entonces su fama es mundial. Gana el Premio Nièpce en 1956 y realiza numerosas exposiciones en ciudades como Chicago, París, Tokio, Nueva York o Pekín, alguna junto con otros fotógrafos de primer nivel, como la del MOMA en 1951, con Brassaï, Ronis e Izis. Le otorgan el Gran Premio Nacional de Fotografía en 1983. Robert Doisneau tuvo el privilegio de acudir en vida a muchas exposiciones-homenaje y retrospectivas de su obra, que hoy en día continúan sucediéndose en salas y museos de todo al mundo.

Autorretrato con Rolleiflex, 1947

A continuación, un carrete con una selección de sus fotografías tomadas en París, algunas de ellas precedidas por anécdotas y comentarios del propio Doisneau.

«Recuerdo el París de las gorras y los sombreros de hongo, el París rebelde, el París humillado, el París beato y burgués, el París de las putas, pero también el París secreto y el París de las barricadas, el París ebrio de alegría; y ahora veo el París de los coches, el París de los chanchullos, el París del jogging…»
Gárgolas de Notre-Dame, abril de 1969


Place du Carrusel, 1971


La columna Morris, 1946


La escalera, 1952


Las riberas del Sena, 1954

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«En los parques, al atardecer, las sillas vacías, todavía tibias, agrupadas de dos en dos, en racimos, o solitarias, nos dejan imaginar quién las ocupó.
Es muy difícil acertar. Se imponía un estudio sobre esta importante cuestión, la relación de nuestros contemporáneos con las sillas de los parques, y eso sólo ha sido posible con la ayuda de la fotografía.»
Jardin des Tuileries, 1951


Jardin du Luxembourg, 1951


Parc Monceau, 1953

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«Aquella mañana tenía cita con un areópago de creadores publicitarios que preparaban una campaña para el lanzamiento de palanganas de poliestireno o tal vez de poliéster.
Como es natural, llevaba retraso: el camión de la empresa Gougeon, Transporte de obras de arte, ralentizó mi travesía de la Tuileries.
La aparición de las estatuas de Maillol hizo que olvidara los problemas de las palanganas. Fue más o menos a partir de aquel momento cuando perdí el contacto con la agencia de publicidad.» 
Colocación de las estatuas de Maillol en el Jardin des Tuileries 
por los empleados de la empresa Gougeon, 29 de junio de 1964

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«La gente no hablaba, sino que cantaban juntos. En las esquinas había grupos con un acordeón, un violín, una batería y una cantante. El director de orquesta vendía al público unos cancioneros con la letra y la gente cantaba el estribillo. Incluso en el metro podía suceder que alguien cantase y que diez personas del vagón lo acompañaran tarareando.»
Los cancioneros, 1951


Place du Marché Saint-Honoré, 1945

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«Un paseo errático, sin horario ni destino preciso. Hay días en que todo funciona de maravilla. Las imágenes surgen por todas partes. El espectáculo es permanente.»
La niña y el agente, rue de Rivoli, 1945


En la orilla, 1951


El perro del estanco, distrito XIV, 1953


La cabina telefónica, boulevard Raspail, 1958

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 «A estos dos jóvenes les importaba un comino que el Hôtel de Ville de París, incendiado en 1871, hubiera sido reconstruido por Ballu y Deperthes en 1874.»
El beso del Hôtel de Ville, 1950

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«En el café, las mujeres solas fingen esperar a alguien, queda más correcto; pero Rita, instalada en un pequeño bistró de la Montagne-Sainte-Geneviève, no se tomaba esas molestias. Esnifaba rapé, bebía, fumaba con todo el tiempo por delante. Ya no era muy joven, no tenía prisa. »
Madame Rita en la rue de la Montagne-Sainte-Geneviève, 1954

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«Resulta que, después de una madrugada dambulando, me gustaba descansar en el bar de los BOF. Veía la fuente de Les Innocents reflejándose en mi vaso de vino de Bourgueil. El vino sabía todavía mejor acompañado de una rodaja de Frontine afinada con Marc de Borgoña gracias al buen hacer de Jean Settour, el dueño. Las palomas de la plaza picoteaban las migas de pan bajo la mesa. El bar se ha volatilizado, Jean Settour ha desaparecido.»
Jean Settour, bar BOF, 1966

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«Hago un reportaje sobre Saint-Germain-des-Prés –las cavas, la fauna y los artistas-, en fin todo lo que constituye la punta de lanza de la civilización occidental. Este nuevo Montparnasse es muy importante para mí, pues creo en el envejecimiento favorable de los archivos.»
Juliette Gréco y su daschund, 1947

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«En un taller del Faubourg Saint-Antoine, Monsieur Bayez, especialista en marquetería de los muebles Boulle, había traído de África un colérico simio de poderosa dentadura.»
Monsieur Bayez y su mono, 1970


Especialista en marquetería en su ventana, 1945

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 «Por la mañana, cuando todo el mundo duerme todavía, Maurice Duval trabaja. De los cubos de basura de la rue des Beaux-Arts no sólo recoge sus medios de subsistencia sino también su material de pintor… Por la tarde pinta a orillas del Sena. A veces un estudiante se detiene, sorprendido. Más tarde, cuando se hace de noche, lava su lienzo encerado en el agua. Al día siguiente estará seco y podrá utilizarlo otra vez.»
(Robert Giraud)
Duval lava su lienzo, 1948


Maurice Duval, pintor trapero, rue Visconti nº 5, 1948

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«Todo comenzó porque el lienzo ya estaba cubierto por un paisaje en sentido vertical. El pintor giró el lienzo y, por encima del paisaje, en sentido horizontal, esbozó un retrato.
A primera vista era desconcertante: el cartero fue el primero en sorprenderse, en comprender y en explicar. En cuanto al modelo, al otro lado de la pasarela, nadie lo veía: ni el pintor ni los demás.»
El pintor del Institut, 1950

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«En el club Le Vieux-Colombier –boogie-woogie o be-bop–, con la música de Claude Luter bailaban Claude Mocquery y James Campbell.»
Be-bop en las cavas, 1951


Roger Vadim baila un slow en La Rose Rouge, 1947


Preparando plumas en la casa Ferier, 1954


French cancán en el Moulin Rouge, septiembre de 1955

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«Cual mariposas nocturnas, los fotógrafos, atraídos por la luz, captan imágenes en la plaza de la Concorde, alrededor de los surtidores de las fuentes, para obtener imágenes de gran efecto, que impondrán una noche a amigos lejanos.»
Los fotógrafos de la Concorde

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«Hoy en día ya no se sabe lo que eran aquellos acontecimientos en los que se reunían el todo París, el todo Londres o el todo Nueva York. Quien no había recibido invitación podía considerarse el último don nadie.
Mi fiel ayudante Maurice y yo, con nuestro esmoquin alquilado –reajustado gracias a unos cuantos imperdibles– y cuatro macutos del ejército americano cargados de lámparas de flash, representábamos a Vogue.»
Baile en el palacio Lambert, 1950


Saint Martin, creador de los manaquíes de alambre, 1945


Croquis de moda de Jean-Louis, 1947


Coco Chanel en el espejo, 1953


Fachada del edificio Dior, 1955

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 «La luz no se desplazaba en línea recta sobre estas espléndidas mujeres. Aquellas sacerdotisas de la elegancia se habían rodeado de una iluminación voluble; con una mano en la cadera o jugando con un collar, desdeñosas y serias frente a sus grandes sombras ingrávidas.»
Prueba en Givenchy, septiembre de 1955


Probador de Lanvin, octubre de 1958


Así como el cineasta francés de la Nouvelle Vague, Jean Luc-Godard, afirmaba que “la fotografía es verdad, y el cine es una verdad 24 veces por segundo”, se podría decir que las fotografías de Doisneau son verdades del París del siglo XX con las que tuvo la fortuna de tropezarse y con una sensibilidad única las captó de la mejor manera. Observando su trabajo uno se da cuenta de que en realidad los momentos mágicos o especiales ocurren a cada minuto, pero a menudo pasan desapercibidos. Los vemos, sí, pero quizá no somos conscientes, o nos olvidamos rápido, precisamente por la constante información visual que se nos presenta a cada momento. Si alguien me preguntara por la definición de fotografía diría que es el arte de observar los instantes de la vida y ser capaces de atraparlos. Y si tuviera que hacerlo con sólo dos palabras, sin duda contestaría que la fotografía es Robert Doisneau.


Pont d’léna, 1945

«Hay días en que el simple hecho de ver se vive como una auténtica felicidad; te sientes ligero, ligero; los polis detienen los coches para dejarte pasar. Te sientes tan rico que te dan ganas de compartir con los demás ese exceso de júbilo. Es domingo, tal como cantaba el lampista del poema de Prévert. El recuerdo de esos momentos es lo más precioso que poseo. Tal vez por su escasez.»


Información adicional sobre Robert Doisneau en facebook

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